8 aparentemente ilustrado, si no fuera por el color tan cercanamente valenciano entre el cromatismo griego y el comunicativo mensaje pop. Y claro, siempre la mujer en sus diferentes edades frente al pecado original de la frescura adolescente, o de la belleza infantil como redenciones, quizás solo momentáneas, ante una sociedad que, en su propio e insaciable progreso mecanizado y computerizado acabará por destruirse entre los símbolos retorcidos de la civilización global, demostrando la barbarie de esa especie de mamífero llamado hombre. Ahí queda la niña desnuda y sola mirando un teléfono público que llama a nadie sobre una pared grafiteada por los herederos de Basquiat; o la muchacha-maga que juega al surrealismo de las arquitecturas de madera con Manhattan al fondo, como antítesis de un mundo que no le gusta a Corella, pero también como compromiso del artista con el tiempo en que le ha tocado vivir. Lo mejor de los cuadros de Corella no es que sean perfectos para leer en su ejecución, o que sea maestro de pintores, sino que cuentan historias e intrahistorias de silencios frente a las batallas de lo cotidiano. Porque mientras el ensayo, la novela o la película, pongamos por caso, con sus secuenciales: exposición, trama y desenlace, necesitan cuando menos hora y media para explicarnos la circunstancia humana, un solo cuadro de Corella se basta y se sobra para diseccionar la misma ficción-realidad, tanto montan aquí, a la que, al parecer, estamos abocados por la vacuidad de nuestra propia soberbia. Y eso, con un sencillo y único fotograma imperecedero, se convierte en calidoscopio de reflexiones o, para ser más precisos, en una obra que requiere varias perspectivas, muchas miradas y bastante conocimiento del mestizaje cultural y de las consecuencias plásticas entre el hiperrealismo no americano, la pintura neo-naturalista nutrida hoy de “el comic”, como hechos artísticos. Al fin y al cabo, hoy no hay tanta distancia entre Valencia, Las Galerías Vaticanas y El Bronx cuando un pintor sabe triangular entre la Crónica, el Renacimiento y el Plasticismo. Pedro Nuño de la Rosa
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