SANTIAGO MARTÍN VARRON 1973-2002 GALERISMO DE VANGUARDIA DESDE SALAMANCA
SANTIAGO MARTÍN GALERISMO DE VANGUARDIA DESDE SALAMANCA
EXPOSICIÓN HOMENAJE SANTIAGO MARTÍN GALERÍA VARRON 1973-2002
Ediciones de la Diputación de Salamanca Serie CATÁLOGOS, n.º 261 1.ª edición: diciembre, 2022 © Diputación de Salamanca Comisariado: Santiago Martín Domínguez Fotografías: Gaspar Domínguez Transporte y montaje: Hermanos Feltrero Cubierta: Collage de Gerardo Rueda, 1986 ediciones@lasalina.es www.lasalina.es/cultura I.S.B.N.: 978-84-7797-726-1 Depósito Legal: S 421-2022 Diseño: Santiago Martín Domínguez Maquetación: Intergraf Imprime: Gráficas Lope Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida total o parcialmente, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea mecánico, eléctrico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
El programa de exposiciones de la Diputación de Salamanca se complace en presentar en La Salina una muestra especialísima, original y reivindicativa de la memoria de un hombre de la cultura española y salmantina como fue Santiago Varron. Inaugurada en 1973, la galería Varron comenzó su andadura realizando exposiciones en torno al grupo El Paso y el denominado de Cuenca, en torno al fundador del Museo de Arte Abstracto, Fernando Zóbel. Santiago Varron se atrevió a fomentar durante casi treinta años el arte abstracto en Salamanca, divulgando, mostrando y dando a conocer a artistas de enorme relevancia internacional, además de apoyar a los artistas locales, pasando a extender su campo de actuación a todo arte contemporáneo. Su galería participó en varias ocasiones en ARCO. Su hijo, Santiago Martín Domínguez, ha logrado reunir, como comisario de esta exposición, numerosos originales en manos de particulares que colaboraron en la obra emprendida por su padre a través de la galería ubicada en el pasaje de Azafranal. Por ello, hoy tenemos aquí una muestra tan esencial como prestigiosa en la obra de nombres que Santiago Varron alentó: Manolo Rivera, Lucio Muñoz, Gerardo Rueda, Eduardo Chillida, Juan Genovés, Eduardo Arroyo, Àntoni Tàpies, Gustavo Torner, Josep Guinovart, Pablo Serrano, Francisco Barón, Manolo Quejido, Joan Brossa, Pepe Fuentes, Jesús Alonso y otros geniales artistas contemporáneos. Quede nuestro agradecimiento a cuantas personas han cedido su obra para hacer posible esta muestra como homenaje a la memoria de Santiago Varron y de su trabajo intelectual y cultural que ha dejado en Salamanca su legado artístico. JAVIER IGLESIAS GARCÍA Presidente de la Diputación de Salamanca
ÍNDICE Presentación............................................................................ 11 Galería Varron, arte de vanguardia en Salamanca.................... 15 Arte, algo más que belleza...................................................... 33 Catálogo.................................................................................. 37 Obras expuestas...................................................................... 129
PRESENTACIÓN La perspectiva que da el paso del tiempo y la ausencia de mi padre han propiciado que aquello que consideraba el orden natural de las cosas, ser hijo del director de una galería de arte contemporáneo, dejara de serlo. Es cierto que la de galerista no es una vocación excepcional, pero también lo es que escasea. Alguno se preguntará qué llevó a mi padre a serlo. Probablemente todos lleguemos a este mundo con un carácter propio y algún talento oculto. Mi padre era de naturaleza inquieta y su talento fue una gran curiosidad innata, una curiosidad estética, en concreto. Nacer así dotado pudiera parecer una fortuna, pero la experiencia nos enseña que inquietud y curiosidad son atributos que pueden conducir también a la dispersión y al fracaso. Mi padre embridó esas poderosas fuerzas a través del arte, con gran esfuerzo y no menos inteligencia. Pero, ¿en qué consiste ser galerista de arte contemporáneo? Opino que, al ser los artistas seres en perpetua búsqueda, mi padre estaba inmerso en un continuo aprendizaje, dirigido a renovar su mirada, para poder observar siempre con ojos nuevos; una tarea solo tolerable para espíritus insaciables de curiosidad. ¿Y cómo aprende uno a renovar la mirada? Podría estar la respuesta en que lo recuerde siempre en el estudio, leyendo nada más acabar de comer o cenar. Leyendo acerca de arte, de todo tipo de arte, porque, como él mismo apuntaba, “el arte puede tener épocas, pero no pasado, ni presente ni fin”. Y escribiendo, ya que en el acto de escribir se piensa y se fija el pensamiento. Como espectador privilegiado entre bambalinas del mundo de mi padre, me hizo acompañarle en no pocas ocasiones en sus visitas a ruinas, parajes, museos y galerías, comidas con otros galeristas y, cómo no, las mejores de todas nuestras ‘escapadas’, a los estudios de los artistas. Siempre me acompañará el recuerdo de la moderna y valiente casa y estudio de Luis Gordillo; lo inmenso y acogedor del de Monir Islam en un bajocubierta junto a Cibeles, rebosante de papeles
y grabados allá donde miraras; el almacén de maderas de Gerardo Rueda; la cochera de Castrortega, o los restos de unas casuchas en las que se había instalado Jesús Alonso al final del Corral de Guevara, con un patio en el que reinaba una cabra de la que no podía apartar mis ojos asombrados. Al rememorar todas estas aventuras a las que mi padre me hacía acompañarle, pienso ahora que me estaba enseñando a aprender a mirar, o bien puede que tan solo quisiera mi compañía. Cualquiera que fuera el motivo, solo puedo recibirlo como una inmensa muestra de amor. Han pasado veinte años desde el fallecimiento de mi padre, después de treinta años al frente de la galería. Debido a su larga trayectoria, en esta exposición no pueden estar representados todos los que por Varron pasaron. Todos ellos fueron, sin embargo, imprescindibles para que la galería alcanzara a ser lo que acabó siendo. Por ello, esta exposición habrá de ser entendida como una muestra de gratitud hacia todos ellos; hacia los osados clientes y amigos, y, por supuesto, hacia mi madre, su mujer e infatigable compañera de fatigas, sin cuya energía y apoyo el camino hubiera sido indudablemente mucho más arduo y menos placentero. Las obras seleccionadas para este homenaje pretenden reflejar el incesante esfuerzo de mi padre por renovar su mirada y atrapar ese arte que nunca se está quieto. SANTIAGO MARTÍN DOMÍNGUEZ
Santiago Martín, director de Galería Varron Fotografía de C&C/Corchado
GALERÍA VARRON, ARTE DE VANGUARDIA EN SALAMANCA La galería Varron abre sus puertas en 1973 en el pasaje de José Antonio Primo de Rivera (actualmente de Azafranal) gracias a Santiago Martín Martín, quien la concibe, en sus inicios, como un espacio de venta de material artístico y exhibición de obras al servicio de la calidad creativa y de la ruptura con los convencionalismos tanto expositivos como comerciales salmantinos. En poco tiempo la galería consigue refrescar el estancado ambiente cultural de la ciudad y aglutinar en torno a ella a autores, ideas, aportaciones y conocimientos que, alrededor de la abstracción, el arte pop, el hiperrealismo, el informalismo, el surrealismo o el arte povera, pudieran tener cabida en Salamanca. Santiago Martín, nacido en 1940 en La Alberguería de Argañán, inició su carrera profesional como maestro en Doñinos, si bien pronto pidió una excedencia docente y nunca volvió a ejercer. Ya en la capital, inauguró la cafetería Oxford en el mismo local que ocupará después la galería, disponiendo en ella de restaurante y zona de baile con orquesta. Por entonces se matriculó además en la Universidad Pontificia para cursar Psicología, siendo allí donde conoció y asistió a las clases de arte del profesor Enrique Rodríguez Paniagua. Este religioso, miembro de la orden de los paúles, fue también docente de la Universidad de Salamanca. Su afinidad con Martín permitió que ambos acabaran entablando amistad con el paso del tiempo; amistad que será determinante en algunos de los primeros pasos expositivos de la sala. A partir de esas fechas Martín se fue deshaciendo de la cafetería para ir dejando paso a lo que poco después será la galería Varron. Volviendo a Paniagua, es preciso mencionar su amistad con los integrantes del grupo El Paso, además de con Gustavo Torner, Gerardo Rueda o Antonio Lorenzo, así como con los músicos Luis de Pablos o Cristóbal Halffter. Será esa amistad la que facilite la aproximación y contacto de Varron con estos artistas con los que, a su vez, también se acabará estableciendo un vínculo
estrecho. La relación con Paniagua trasciende esta amistad y, de hecho, Martín le encargará a menudo la introducción de los artistas en los catálogos de sus exposiciones. Es más, en 1998 Varron publicará Escritos para una galería, obra en la que se recopilan estos textos y que prologa el propio Martín. Y ya que se ha mencionado la labor editorial y complementaria a la expositiva realizada en Varron, es importante subrayar que el diseño y la maquetación de los catálogos de las muestras realizadas en la sala a lo largo de los años fue obra del propio Santiago Martín, corriendo las fotografías a cargo de José Núñez Larraz, amigo y artista, quien expondrá en la galería con el devenir de los años. Los catálogos eran impresos en Gráficas Varona e Imprenta Calatrava. El vínculo amistoso entre Paniagua y Martín sirve ahora de pretexto para aludir, en el año de la inauguración de Varron, a la exposición del trabajo de Antonio Suárez (Gijón, 1923-Madrid, 2013), uno de los fundadores del grupo El Paso y, por entonces, reconocido exponente de la plástica española con alcance internacional, además de (y, sobre todo) epítome de una concepción radicalmente innovadora del arte, que juega con una estética rupturista y un tratamiento comprometido del color y de la forma, siempre en lucha contra los convencionalismos creativos. Su presencia en Salamanca –que es la primera exposición individual que de su trabajo se hace en la ciudad– se convierte, como se ha mencionado, en un triunfo personal y para la galería, evidenciando no solo el interés existente por sus propuestas, sino, también, el maduro nivel de receptividad que el público manifiesta hacia la creación vanguardista; propensión que sorprende aún más en el contexto de escaso riesgo que transmite el ambiente cultural salmantino de los años setenta. Con respecto a los trabajos exhibidos, son óleos representativos de un autor comprometido tanto con el progreso de su carrera como consigo mismo y su personal anhelo de trascendencia. El enfrentamiento con el público es, pues, el de un hombre constante y valiente. Aprovechando el positivo ambiente dejado en la galería por los cuadros de Suárez, ya en 1974 es Manuel Rivera (Granada, 1927-Madrid, 1995), compañero de este en El Paso, quien expone sus dibujos y pinturas de la serie Espejos en Varron. Para su primera exhibición individual en Salamanca, Rivera recurre a piezas misteriosas, fantásticas, líricas a la par que sencillas, mágicas y místicas, muy distintas a las vistas meses atrás y nacidas de los pinceles de Suárez. Ello confirma
que la heterogeneidad de los miembros de El Paso es garantía de riqueza y variedad plástica, movida únicamente por su deseo de revitalizar el arte español. Lo que en Suárez era expresividad cromática, apasionamiento físico, velocidad y angustia, pero, al tiempo, reflexión profunda, en Rivera encuentra un complemento (que no una oposición) en forma de luz virgen y sombras que dejan entrever la presencia latente de la naturaleza. En definitiva, ambos ejemplos son recorridos paralelos en búsqueda de la meditación, si bien lo que en uno es furia incontrolada es, en su compañero, reposo. Aquilatando esta senda de descubrimiento de la vanguardia, en 1974 también expone en Varron Gerardo Rueda (Madrid, 1926-1996), uno de los fundadores del Museo de Arte Abstracto de Cuenca y, en calidad de tal, garantía de una de las corrientes artísticas más poderosas del mundo creativo actual. En el momento de la exhibición es Rueda un autor sólido, reputado y plenamente formado, lo que imprime un marchamo casi de muestra antológica al conjunto de los trabajos esculto-pictóricos que allega a Salamanca. La obra de Rueda es ponderada por su expresividad y belleza, pero también por su carácter cerebral y por el grado de compromiso personal que transmite, lo que permite que los espectadores caminen entre el interés, la emoción y la reflexión al contemplarla. Evidencia toda ella la deriva de un autor seguro quien, sin olvidar una trayectoria intelectual y meditativa bien definida, continúa arriesgando en su búsqueda de nuevos hallazgos formales y cromáticos. Meses después, también en 1974, el Grupo de Cuenca queda completado con la llegada a Varron de la obra de Antonio Lorenzo (Madrid, 1922-2009), cofundador, junto a Rueda, del Museo de Arte Abstracto de la citada ciudad. El trabajo de Lorenzo deja en Salamanca un sabor amargo, no por su calidad indiscutible, sino por su carácter negativamente premonitorio, al reflejar un ambiente futurista, anticipatorio de acontecimientos inquietantes que el artista trata de compensar en representaciones líricas, reposadas y agradables aun vigorosas. Parece así que pasado y presente, tradición y vanguardia, confluyen en esta exhibición. No solo dibujos, grabados y óleos tienen cabida en el recorrido expositivo de Varron durante sus primeros años de andadura, pues la escultura abstracta también manifiesta una representatividad acusada. Ejemplo de ella es la exhibición Esculturas múltiples, visible en 1977 y conformada
por piezas realizadas por Amadeo Gabino, Pablo Serrano, Gustavo Torner, Francisco Sempere y Gerardo Rueda. Junto a la variedad creativa y técnica de la muestra, se valora de ella la libertad mostrada por sus autores en cuanto a temas, formas y procesos, además del recorrido internacional que garantizan sus variopintas trayectorias. Este muestrario de personalidades escultóricas diferentes lo es además de estilos, expresividades y sensaciones, lo cual avala el éxito del resultado también por incluir la posibilidad de que el espectador se convierta en coleccionista, adquiriendo alguna de las piezas seriadas y de pequeña escala; posibilidad poco trabajada en Salamanca hasta aquel momento. En consonancia con las sensaciones generadas por esta exposición, es interesante hacer mención a la que, en 1980, allega a Salamanca a Pablo Serrano (Crevillén, Teruel, 1908-Madrid, 1985), en este caso junto a su compañero Joaquín Rubio Camín (Gijón, 1929-2007). Ambos coinciden en su recurrencia al bronce como material de trabajo, si bien mientras Serrano avanza en una senda de profundidad psicológica y patetismo expresivo, Rubio Camín cultiva un mayor clasicismo, consiguiendo ambos un equilibrio que los complementa y armoniza. Como se ha avanzado, el escultor aragonés ahonda en un arte angustiado y angustioso, emotivo e íntimo, a través de múltiples o pequeñas piezas de la serie El Prado. Busca en ellas humanizar los retratos ejecutados por Goya, Ticiano o Velázquez hasta convertirlas en abstracción mental, no sin renunciar al apasionamiento y la vulnerabilidad, que quedan al descubierto. Por su parte, el creador asturiano recurre al academicismo de la figura femenina, revisitando motivos mitológicos o simbólicos con tintes intimistas y bellos. En su homenaje al cuerpo de la mujer perviven ideas de suavidad, equilibrio, pureza o armonía que nada tienen que ver con los recorridos de Serrano. Este autor regresa individualmente a Salamanca en 1981 con una exposición que establece vínculos sentimentales con la ciudad, al recopilar bocetos, apuntes, bosquejos y planificaciones preparatorias del monumento que a Miguel de Unamuno dedicaron Salamanca y el artista en la década de los 60. El proceso seguido por el autor para la materialización de esta escultura queda reunido en una exhibición que, por ese contenido emocional comentado, viene acompañado de un catálogo de edición limitada.
1982 es, en Varron, el año de Lucio Muñoz (Madrid, 1929-1998). El trabajo informalista del artista queda representado en la galería a través de pinturas, dibujos y aguafuertes en los cuales es posible captar y estudiar su siempre interesante empleo de la materia pictórica, no solo en lo que a texturas se refiere, sino también en sus coloraciones. En efecto, el cromatismo intenso de Muñoz se ha transmutado, al ser aplicado sobre madera, en tonalidades suaves y claras y, por consiguiente, en trabajos líricos. Esta novedad se añade a ciertas innovaciones técnicas visibles en la exhibición, entre las que se incluye la incorporación a las obras de pintura raspada y quemada o de polvo de mármol, serrín y betún. Con todo, Muñoz materializa sustanciosos avances pictóricos que afectan a lo expresivo, pues contribuyen a forjar un mensaje más profundo y misterioso, más existencial y simbólico. Tras el paso de Antonio Suárez y Manuel Rivera por Varron, la representación del grupo El Paso se completa en la sala en 1983 de la mano de Manuel Millares (Las Palmas de Gran Canaria, 1926-Madrid, 1972). Son un conjunto de grabados del fallecido artista los que presentan al autor en Salamanca, en su primera muestra individual. En ellos se evidencia un alto grado de protesta social por parte de un creador que observa la pérdida progresiva de la capacidad de los seres humanos para comunicarse entre sí. El compromiso social de Millares con su país, visible en este sentido, se expresa formalmente a través de un lenguaje sígnico e indescifrable que, con tonalidades oscuras, rehúye la figuración tradicional, pero evidencia connotaciones arqueológicas. Es por ello por lo que espectadores y críticos, máxime en una ciudad como Salamanca, creen advertir un regusto unamuniano en esta deriva de Millares y, por ello, se identifican sin dificultad e identifican el espíritu de la ciudad, con estos grabados. De muy distinto signo es la obra que Amalia Avia (Santa Cruz de la Zarza, Toledo, 1930-Madrid, 2011) allega a Varron también en 1983. Su realismo se exhibe en la galería a través de óleos y de la carpeta de grabados Spleen, acompañada de textos de Francisco Umbral. Unos y otros sirven a Avia para realizar una completa crónica de Madrid, en la que recorre con verosimilitud múltiples escenarios urbanos y reproduce escenas en las que los edificios evocan tiempos pasados que deben esforzarse por convivir con la modernidad y el progreso de las antenas de televisión, los grafitis de los muros y las señales de tráfico. No cabe duda de que la oscilación entre el ayer y el hoy otorga a su obra hondos acentos líricos y nostálgicos no exentos de humor, confirmando que la poesía y el intimismo no implican, necesariamente, tristeza y desazón.
En este escueto recorrido por la variedad expositiva de Varron avanzamos hasta 1989 para aludir a la presencia en ella del arte de Albert Ràfols-Casamada (Barcelona, 1923-2009). Por primera vez de modo individual acerca a Salamanca un conjunto de óleos, acuarelas, collages, aguafuertes y litografías. Ya en 1991 es Josep Guinovart (Barcelona, 1927-2007) el que acude a Varron en calidad de baluarte del arte contemporáneo español de la segunda mitad del siglo XX, consagrado a través de premios, becas de formación y estudio y exposiciones internacionales que lo han dado a conocer en todo el mundo. La variedad ampliamente mostrada por Varron se incrementa en 1994 a través de Manolo Valdés (Valencia, 1942), antiguo integrante del Equipo Crónica que escoge para Salamanca obras gráficas y originales de gran formato. Su deuda con el arte pop ribeteado con dejes de crítica social se mantiene fresca, si bien se observa en la obra que presenta en la ciudad una mayor inspiración en la pintura tradicional, aunque con una ejecución y talante modernos, resueltos en trabajos matéricos y recargados. Estos mantienen intactos sus estándares de imaginación, si bien también manifiestan originalidad y evolución con respecto al pasado. 1995 es un punto de inflexión en la trayectoria de Varron que, superando ya las dos décadas de vida, ve necesaria una renovación física que redunde en una reafirmación de su política expositiva. Santiago Martín decide eliminar entonces el espacio que en la galería seguía estando destinado a la venta de material artístico con el fin de convertirlo en una nueva sala de exposición que se concentre, particularmente, en los campos de la fotografía, el grabado y la instalación. Queda en evidencia el compromiso de la dirección de Varron con la promoción artística y con la diversificación de sus propuestas expositivas; coherente, por otro lado, con el rumbo ascendente que ha ido manifestando a lo largo de los años, con el respaldo del público a las propuestas realizadas y con la solvencia y calidad de estas, ratificadas por los críticos locales. De este modo, Santiago Martín busca amplificar las oportunidades expositivas que ofrece Varron a cuantos más artistas sea posible y en la medida en la que el espacio lo permita. Si bien «este nuevo rincón está pensado para mostrar esas nuevas tendencias que han ido surgiendo al amparo de la gente joven», la reforma no pretende ser tanto «un giro en los posicionamientos como una ampliación de las perspectivas». En definitiva, se tratará de «abrir la sala a nuevas posibilidades, nuevos autores y
nuevo público»1. Convencido de que «si los creadores se mueven, nosotros no podemos estarnos parados»2, Varron vive esta remodelación de modo natural, como un episodio más de su compromiso intermediador entre artista y público. El resultado tras el desmantelamiento del antiguo recinto comercial es una ampliación de 175 m2 del espacio de exposición. La reinauguración de la sala, tras la mencionada obra de acondicionamiento, tiene lugar de la mano de Luis Gordillo (Sevilla, 1934) y una selección de sus pinturas, dibujos y grabados. Juan Genovés (Valencia, 1930-Madrid, 2020) también participa de esta nueva fase expositiva de Varron, en su caso en 1997, con una retrospectiva que, combinando obras recientes con otras de los 70 y 80, resume sus ambiciones, anhelos y sueños y presenta un carácter íntimamente personal. El impulso reivindicativo de un arte comprometido con su denuncia de la opresión y la censura y de rechazo a las formas de poder establecidos mantiene su vigencia, si bien los motivos que combatir han cambiado en la España democrática respecto a la franquista. En cualquier caso, la soledad del hombre y la hostilidad del mundo que lo rodea siguen siendo una constante de trabajos que, por ello, mantienen un aliento atemporal y universal. Complementa el espectro expositivo de 1997 en Varron la muestra de Gustavo Torner (Cuenca, 1925), que es la misma que se había exhibido en París y Madrid meses antes. La compone un conjunto de obras recientes de pequeño formato junto a varias piezas de bronce, acero y aluminio, siendo variaciones todas ellas de un mismo tema. Inmerso en un proceso de profunda depuración creativa, Torner emplea la mancha de tinta en bandas horizontales que recuerdan, al decir de los expertos, a la caligrafía china. A su través persigue la delicadeza, la elegancia de la simplicidad y, al tiempo, la profundidad sentimental y conceptual. Las celebraciones del veinticinco aniversario de la galería, que tienen lugar en 1998, se sustentan en una programación especial que, manteniendo el objetivo de la calidad y la innovación, permiten presentar en Salamanca el trabajo de Joan Brossa (Barcelona, 1919-1998). Consiste este en 1 J. A. M. «La galería “Varron” ampliará su oferta expositiva a los campos de la fotografía y la instalación». En La Gaceta Regional, 27 de febrero de 1995, p. 12. 2 Montero, José A. «La galería “Varron” retoma su actividad expositiva con una muestra del pintor Luis Gordillo». En La Gaceta Regional, 26 de mayo de 1995, p. 10.
un conjunto de poemas-objetos y serigrafías a través de los cuales se intuye el ideario estético del artista; una poética en la que la provocación da la mano a la libertad, la ambigüedad al conceptualismo, la emoción a la inteligencia y la ironía crítica a la cotidianeidad. En definitiva, se asiste al triunfo de la creación y la imaginación sobre el arte imitativo. Ese especial aniversario cuenta también, una vez más, con la presencia de Manuel Rivera, quien fuera uno de los primeros expositores de la galería. Con motivo de esta onomástica vuelve a Varron con obra gráfica y algunos de sus característicos trabajos con mallas pintadas sobre tabla. Como colofón insospechado a su trayectoria expositiva, es preciso subrayar el interés de la muestra dedicada en 2002 a la obra original de Lucio Muñoz, que se exhibe en Lucio Muñoz. Humanista y creador. El afecto y admiración de Santiago Martín por el madrileño carga las tintas en el contenido emotivo de la exhibición máxime cuando, a posteriori, se confirme como última individual de la galería antes de su cierre definitivo. La nómina de exposiciones y artistas que circulan por Varron a lo largo de su trayectoria no es apreciable, como es lógico, con este escueto corolario de nombres. A los seleccionados aquí hay que añadir un amplísimo elenco de autores y autoras de los que a continuación mencionamos solo algunos con la intención de que sirvan de recordatorio a un trabajo expositivo que va más allá de los nombres más reconocidos de la plástica española y en el que también tienen cabida artistas consagrados, jóvenes noveles y descubrimientos de la nueva creatividad nacional e internacional. Solo así la imagen global e histórica de la galería quedará convenientemente representada. En ese listado es posible mencionar a Fernando Bellver, Elena Santonja, Carlos Mensa, Manuel Salamanca, Agustín de Celis, Narciso Maisterra, Miguel Rasero, Luciano Díaz Castilla, Joaquín Vaquero Turcios, Juan Giralt, Agustín Alamán, Águeda de la Pisa, Fernando Sáez, Luis Moro, Francisco Barón, María Chana, Alfredo Piquer, Esteban de la Foz, Juan Romero, Carlos Costa, Pedro Castrortega, Germán Sinova, Carlos de Paz, José Vento o Cristóbal Gabarrón, a los que se unen artistas de origen internacional como Chiaki Horikoshi (Japón), Eurico Borges y Ze Penicheiro (Portugal), Jorge Abot (Argentina), Mauricio Jiménez Larios (San Salvador), John M. Weatherby (Reino Unido), Will Faber (Alemania), Eri Voser (Suiza), Jorge Vidal (Chile), Hsiu Hsian Wu (Taiwán) o Herbert Schügerl (Austria), por citar algunos.
Dejando al margen sus exhibiciones individuales, desde sus orígenes Varron busca diversificar y ampliar su oferta expositiva habitual con la celebración de colectivas periódicas, sobre todo enfocadas a los meses de verano y a la temporada navideña, ofreciendo en ellas la posibilidad de adquirir obra gráfica y pequeña escultura (múltiple o seriada). Más allá de su recorrido comercial, estas muestras son una oportunidad para ver reunidos, en un único espacio, trabajos diversos de autores muy distintos, armonizados solo por su compromiso con la modernidad y la calidad inherente a sus propuestas. Por las muestras grupales de Varron desfilan así, a lo largo de su trayectoria, nombres como Antonio Saura, Rafael Canogar, Manuel Alcorlo, José Guerrero, Eduardo Chillida, Pablo Picasso, Equipo Crónica, Max Ernst, Luis García Ochoa, Eduardo Arroyo, Henry Moore, Miquel Barceló, Alexander Calder, Javier Mariscal, Christo, Salvador Dalí, Martín Chirino, Joan Miró, Antoni Clavé, Manuel Viola, Oswaldo Guayasamín, Luis Feito, Juan Barjola, Jorge Oteiza, Antoni Tàpies, Agustín Ibarrola, Pierre Alechinsky, Alberto Corazón o Francis Bacon, entre otros muchos y sumados a los ya citados, los cuales también solían depositar alguna obra suya en catálogo para su posterior venta. Por supuesto, como no podía ser de otro modo dentro del compromiso de Varron con la calidad, en dichas exhibiciones la creatividad local o vinculada a Salamanca se encontraba ampliamente representada, con trabajos de Andrés Alén, Isabel Villar, José Luis Alonso Coomonte o Manuel Morollón, entre otros. Por acabar de hacer mención a los creadores que nacen, trabajan o se relacionan, afectiva o laboralmente, con Salamanca, conviene ahora dedicar a estos un apartado independiente dentro de este rápido recorrido por la historia de Varron. El arte contemporáneo salmantino en Varron Además de mostrar un fuerte compromiso con la vanguardia plástica en todas las exhibiciones individuales y colectivas que organiza la galería, esta observa desde su inauguración su necesidad de apoyar y comprometerse con la creación local o provincial, estando en disposición de ofrecer la primera muestra de un autor salmantino pocos meses después de iniciada su
andadura pública. Hablamos de Antonio Marcos (Salamanca, 1938-1996), pintor sobradamente conocido en la ciudad y en la provincia merced a sus habituales exposiciones, quien encuentra en Varron un ambiente confortable, afín a su concepción estética y donde se siente libre de condicionamientos a la hora de presentar sus últimas propuestas. Estas, que han experimentado un reciente giro creativo, se exponen en la galería en 1974 como exponente de la madurez y profundidad de un autor que conserva la fortaleza del pasado, así como su capacidad para enfrentarse a la abstracción, pero que ha avanzado en términos de luminosidad y cromatismo, potenciando el protagonismo de tonalidades blancas, amarillas y ocres que contrastan entre sí. Su trabajo resulta, en conjunto, intimista y desasosegante, aproximándose al drama de modo no patente, sino latente. En la misma temporada que Marcos, enseña su trabajo en Varron Ramiro Tapia (Santander, 1931), salmantino de adopción y poseedor en 1974 de una dilatada experiencia internacional que incluye Chicago, Nueva York, Milán, Lisboa, París o Ginebra. Su presentación en la galería consiste en óleos y dibujos que, a caballo entre el surrealismo, el realismo mágico y la abstracción, impactan por su rechazo a un mundo deshumanizado y maquinizado, en el que el hombre pierde protagonismo y queda marginado en un planeta en el que lo mecánico lo controla todo. De actor pasa a comparsa, a marioneta del azar de un destino que, para Tapia, no parece deparar un devenir halagüeño. La obra es, evidentemente, pesimista, rebelde y comprometida, alentando la denuncia social e invitando a los espectadores a reflexionar sobre su presente y su futuro y, sobre todo, a decidir si es ese el legado que de nosotros van a recibir las futuras generaciones. Pese al sesgo catastrofista de su obra, Tapia valora la generosidad de Varron a la hora de dar cabida a este tipo de trabajos en Salamanca, agradeciéndole que siga «una línea pura, tratando de traer hasta aquí a los pintores más representativos del país. Pretende mantener una línea ajena a la comercialidad. Se trata de un esfuerzo que merece la pena apoyar. Y he querido colaborar en esa especie de culturización (…) que se está intentando»3. 3 Santos, Jesús María. «Ramiro Tapia, pintor charro por primera vez en Salamanca». En El Adelanto, 30 de mayo de 1974, p. 5.
Apoya ese compromiso, aunque con una línea de trabajo muy distinta, Luis Ignacio de Horna (Salamanca, 1942), quien en 1975 lleva a Varron una muestra de sus últimos dibujos. Reputado ilustrador, ha conseguido importantes galardones de alcance internacional y ahora, como manifestación de su trayectoria en este ámbito, expone en la galería un conjunto de dibujos sencillos e imaginativos al tiempo que reflexionados, fruto de su honestidad, paciencia, introversión y madurez. Su predilección por los escenarios fantásticos y los motivos naturalistas anima a un juicio apresurado que tacharía las obras de naif o surrealistas, si bien lo cierto es que son manifestaciones impregnadas de melancolía pues, pese a su colorido, sus referencias a un presente y pasado idílicos devorados por una sociedad deshumanizada acaban manifestando más afinidad con Tapia de la que podría suponerse en un principio. No obstante, el talante positivo y optimista de Horna se impone en última instancia, manifestando su convencimiento de las capacidades del ser humano para revertir un destino incierto y orientarlo hacia caminos más prometedores. La espiritualidad del artista tiene, sin duda, mucho que ver en esta manera alegre de encarar la existencia, manifestándose plásticamente en universos misteriosos y en figuras que, en su extraña asociación de lo humano y lo animal, evocan la imaginación infantil. La escultura salmantina también tiene cabida en Varron, en especial aquella que contribuye a la revitalización de las artes provinciales. Con esa finalidad nace La mujer en la escultura de Agustín Casillas, celebrada en 1978. A través de bronces, hormigones, aluminios, alabastros y barros cocidos el artista realiza un recorrido exhaustivo por un asunto que le resulta particularmente grato. La obsesión de Casillas (Salamanca, 1921-2016) por el universo femenino lo anima a acercarse a la cotidianeidad de sus vidas, cargando las tintas en el lirismo, la plasticidad y la gracia de unos asuntos prosaicos, nada ampulosos. Estos están representados según el sentido tradicional con el que Casillas concibe su escultura. Así, predominan piezas realistas que, no obstante, se combinan con aires sugerentes y simbólicos e, incluso, en algunos casos, próximos a la abstracción. De 1983 destacamos la presencia en Varron de Aníbal Núñez (Salamanca, 1944-1987), poeta, pintor y dibujante que, conocido entonces, sobre todo, por su faceta lírica y sus apreciados retratos, rompe un mutismo largo con la exhibición de una serie de paisajes interiores y exteriores en los que no cabe duda de que un autor tan sensible y desbocado se está mostrando también a sí mismo. Además, con ellos es asimismo posible rastrear a un autor maduro, libre e intenso, imprevisible e iconoclasta.
De muy diferente signo es la antológica escultórica que en 1984 dedica Varron a Francisco González Macías (Béjar, 1901-Madrid, 1982) con motivo del segundo aniversario de su fallecimiento. El academicismo clásico cultivado a lo largo de su carrera se manifiesta a través de una amplia colección de dibujos y esculturas de procedencia familiar que confirman el arte correcto de González Macías, liberado entre trabajos animalistas, religiosos e infantiles, siendo estos últimos los más valorados del conjunto. Incluso es esta la ocasión para exhibir sus escasamente populares obras abstractas. Dejando al margen este tipo de exposiciones conmemorativas, la vitalidad y empuje de las nuevas corrientes artísticas es la tónica habitual de Varron, como confirma la presencia en 1987 de Jesús Alonso (Bilbao, 1958), quien mantiene lazos afectivos y profesionales con Salamanca al trabajar en ella como profesor. La creatividad de Alonso lo aproxima a la pintura española de los grandes maestros Zurbarán, Goya o Valdés Leal, a quienes homenajea no solo en la elementalidad y ausencia de grandilocuencia de sus figuras, aisladas y de rostro indefinido, sino en la reducida gama cromática de la que se sirve para cimentarlas. Los marrones, negros, grises, ocres, verdes y azules sucios despliegan su parquedad en pinceladas densas y empastadas que, unidas a las mencionadas representaciones, manifiestan cómo el artista se está dedicando a reflexionar sobre su papel como creador, sobre las obras que produce e incluso sobre los medios técnicos de los que se sirve. La trayectoria de Florencio Maíllo (Mogarraz, Salamanca, 1962) también experimenta evolución a través de Varron, en cuyas salas tendrá distintas ocasiones de evidenciar su devenir creativo. Su primera oportunidad individual en la galería acontece en 1990 con un conjunto de obras en las que el peso de la geometría radicaliza y potencia trabajos de trasfondo romántico. En ellos la presencia poderosa del óxido y del hierro aluden a la racionalidad del hombre vuelto hacia la naturaleza. Además, interesa de sus trabajos el empleo que en ellos hace del color, en particular de cierta variedad de blancos, negros y tierras que mezcla con materiales de desecho tales como serrín, cemento o papeles de periódico, para obtener resultados sugerentes y telúricos. Meses después, en 1991, a la juventud de Maíllo se une la solidez y veteranía de Manuel Sánchez Méndez (Salamanca, 1930-2014), quien, pese a atesorar una trayectoria longeva de varias décadas, consigue sorprender a los asistentes a Varron con obras inéditas y cargadas de múltiples posibles interpretaciones. Sus paisajes son, merced al poso de la experiencia acumulada, trabajos refinados, maduros y claros, armoniosos y ordenados, bien estructurados, concebidos a partir
de composiciones de formas en las que los elementos se fusionan de modo coherente y lógico, tal y como lo harían en la naturaleza. Sánchez Méndez sirve de pretexto para observar cómo Varron, a lo largo de su trayectoria, se convierte en plataforma de descubrimiento y difusión del talento creativo nacido en torno a la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Salamanca. En su constante intento por apoyar, alentar y difundir el arte local, la galería recurre a profesores y estudiantes de dicha facultad como cantera del talento, la experimentación y la novedad artística. La lista de artistas beneficiados de estas sinergias entre Varron y el mundo universitario es amplia, incluyendo a algunos como Fernando Gil, Rafael Sánchez Carralero, Concha Sáez, Juan José Gómez Molina, Javier Gómez de Segura, Lorenzo González, Carlos de Paz, José María Lillo, Luis Acosta, Carlos Pascual, Gaspar Escudero, Javier Pereda, José Fuentes, José Luis Pérez Fiz, Bruno Marcos, Hipólito Pérez Calvo, Fernando Segovia o José Manuel Prada. Fomentar y estimular tanto a las nuevas personalidades de la cultura salmantina como a los consolidados nombres de su plástica se combina, en el caso de Varron, con la celebración de homenajes colectivos con los que, poco a poco, ir creando ambiente cultural en la zona. Para ello recurre la galería a exhibiciones que, en torno a una personalidad o concepto, dan valor y visibilidad a lo puramente local y provincial. Una de las más antiguas es la que en 1978 homenajea al poeta José Ledesma Criado a través del trabajo de artistas como Andrés Abraido del Rey, José Núñez Larraz, María Cecilia Martín, Ángel Mateos, Francisco Arias, Venancio Blanco, José Sánchez Carralero o Zacarías González. No obstante el carácter nostálgico de muestras de estas características, también cultiva Varron otras concebidas desde la originalidad y el riesgo. Tal es el caso de Habitable 2002, colectiva juvenil celebrada en 1999 en la que Santiago Martín da a sus siete participantes unas pautas de trabajo para que, con ellas, traten de enfrentarse a un proyecto artístico consistente en la elaboración de un prototipo residencial. Así pues, estos jóvenes autores se ven conminados a diseñar desde el vestíbulo –basado en una idea pictórica de Manuel Quejido– al salón –nacido de la colaboración de Jesús Ramón Palmero y José Antonio Juárez–, pasando por la cocina –a partir de esculturas de cristal de Francisco Javier Núñez Gasco–, el baño –resuelto con piezas plásticas de Carlos Álvarez Cuenllas– o el dormitorio, planteado por Isidro Tascón y Ana Hernando.
El resultado es recibido con idénticas dosis de entusiasmo e interés y recelo o confusión, combinándose la sorpresa ante la originalidad y singularidad tanto de la propuesta como de la resolución de esta, con la admiración ante el arrojo de Varron, que asume las consecuencias de un trabajo colectivo y dirigido, pero realizado en plena libertad y que supone la primera ocasión de su historia en que se enfrenta a un proyecto de semejantes características. El balance resulta muy positivo, pues del interés de la actividad dan cuenta varias galerías nacionales, que manifiestan su deseo de exponer Habitable 2002. La primera en hacerlo será, a finales de 1999, Espacio Cruce de Madrid. Como ocurrió al referir la nómina de artistas expositores de Varron a lo largo de su trayectoria, el panorama salmantino dibujado hasta el momento resulta escueto y subjetivo, pues la cantidad de artistas que, por nacimiento, trayectoria profesional o circunstancias personales concurren en algún momento de sus vidas en Salamanca es más amplia que los nombres hasta ahora citados. Así pues, conviene, al menos, dejar constancia del paso por la galería de Mariano Sánchez A. del Manzano, Manuel Belver, Joaquín Laca Secall, Domingo Sánchez Blanco, Ángel Moreta, Gregorio Rodilla, Jesús Coyto, Rafael Torres o Encarnación Hernández, entre otros. No cabe duda de que la actividad expositiva de Varron es lo suficientemente elocuente como para confirmar su éxito, fruto de su criterio, validez y calidad. De hecho, los aficionados salmantinos refrendan esta opinión tanto con su asistencia a su variadas propuestas como con el reconocimiento público en forma de premio, aun siendo este de carácter más bien simbólico. En efecto, en 1983 Varron es elegida por los salmantinos como la mejor galería de arte de la ciudad, tanto en calidad de sus servicios como en imagen. Varron como impulsora de la cultura en Salamanca Coincidiendo con su décimo aniversario, en el momento en que Varron ya atesora una trayectoria consolidada y cuenta con la confianza de público y crítica, Santiago Martín decide aprovechar su poder de convocatoria para diversificar las actividades de la galería, surgiendo así, por ejemplo, la idea de un premio de dibujo en homenaje a Mary Martín, pintora salmantina, aunque
afincada en México, quien, con motivo de su fallecimiento, es homenajeada por sus amigos con este gesto. Consiste este en un galardón de 25.000 pesetas al que solo podrán tener acceso autores menores de treinta años y residentes en la provincia. El tema y la técnica elegidos son libres, quedando la decisión final sobre la recompensa en manos de un jurado profesional. Con los trabajos seleccionados por el comité, Varron realiza en 1984 una exhibición en la galería. La pieza premiada, que en esta ocasión inaugural lo es de José María Benéitez4, pasa a la familia de la homenajeada, recayendo en ella el destino final de la misma. De diferente carácter, pero también exponente del afán revitalizador de Varron, conviene citar la iniciativa que, con motivo de las fiestas patronales de septiembre de 1994, convierte temporalmente varias calles del centro de la ciudad en una galería de arte al aire libre. La asociación de comerciantes de la zona de la calle Azafranal (en cuyas inmediaciones se encuentra la galería), apoyada por el Ayuntamiento y contando con el asesoramiento de Santiago Martín en calidad de organizador del evento, decora los escaparates de los alrededores con un conjunto de obras de Joan Miró, Amadeo Gabino, Antoni Tàpies, Venancio Blanco, Manolo Valdés, Gerardo Rueda, Florencio Maíllo, Josep Guinovart, Lucio Muñoz, Antonio Saura, Equipo Crónica o Jesús Alonso, entre otros. Este variopinto conjunto de grabados, pinturas y esculturas se completa con la colocación en las aceras de la calle Azafranal de varias piezas de grandes dimensiones, realizadas por Paco Barón, Severiano Grande y Fernando Mayoral. Fuera del ámbito geográfico de lo local, Varron es pionera entre las galerías salmantinas a la hora de darse a conocer en citas artísticas de la categoría de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo ARCO, a la que acude por primera vez en su edición de 1986. Santiago Martín logra, de este modo, que su galería sea la primera salmantina en estar presente en este evento cultural, y lo hace apoyada en las pinturas del conquense Miguel Zapata; las acuarelas, aguafuertes y acrílicos del salmantino Luis de Horna, y las esculturas de la también salmantina Encarnación Hernández, pues, no en vano, el máximo interés del director de Varron en esta experiencia es promocionar a artistas de Salamanca. 4 Florencio Vicente Cotobal recibe una mención de honor por la calidad de su dibujo.
Al término de la feria el balance es positivo no solo para Santiago Martín, sino también para los artistas invitados. Aunque las ventas tan solo permiten cubrir los gastos de organización, traslado, alquiler de los dos stands y publicidad, la cita sirve para establecer contactos con galerías y autores tanto nacionales como internacionales. No cabe duda de que ello enriquece el bagaje de la sala y es útil a la hora de pulsar las direcciones por las que discurre el mercado artístico, lo que genera un espíritu optimista que invitará a repetir la experiencia en 1987 y 1988. Precisamente 1988 es el año en que Varron da el salto internacional y se presenta en la Feria de Arte Lineart de Gante, a la que Santiago Martín allega las obras de Gregorio Rodilla, Fernando Sáez, Jerry Sheerin y Miguel Zapata. Si bien la galería asume un riesgo al adentrarse en un ámbito ferial alejado de la seguridad de lo conocido y próximo, el resultado es visto como una oportunidad de expansión y crecimiento; una ocasión de establecer contactos con profesionales y de fomentar los intercambios, tanto de artistas como de obras y de información. Lejos de acabar aquí su andadura internacional, en 1991 Varron cuenta con una sala en la Tokyo Art Expo celebrada en el Palacio de Exposiciones Harumi de la capital nipona. La galería de Santiago Martín es una de las siete españolas seleccionadas en esta convocatoria, en la que los intercambios culturales y comerciales se harán con otras de Francia, Alemania o Estados Unidos. Para estar a la altura de las expectativas generadas, Varron reúne en la cita trabajos de Miguel Zapata, Carlos Piñel, Florencio Maíllo o Lorenzo González, además de aportar una selección de grabados de Joan Miró, Antoni Tàpies o Albert Ràfols-Casamada. El resultado, pese al riesgo asumido, parece ser positivo, pues pocas semanas después de celebrado el evento Santiago Martín da a conocer que Varron, gracias a esta feria, va a intercambiar obra con una galería de Seúl. El frenesí expositivo y comercial de Varron llega a tales niveles de actividad que en 1991 se plantea recopilar y difundir todas estas actuaciones a través de un boletín de arte para que, con él, sus visitantes y clientes puedan disponer de cualquier novedad relativa al devenir de la galería. Además, se pretende que la revista complete la oferta informativa y crítica que, sobre la actividad artística, existe en Salamanca. Su objetivo es realizar un lanzamiento trimestral que ofrezca las principales noticias tanto sobre las actividades de Varron como sobre la actualidad del arte nacional y, sobre todo, local y provincial.
En esta misma línea de difusión y sistematización de la actividad artística se entiende la implicación de Santiago Martín en el asociacionismo de galerías de arte. En 1997 las salas de exposiciones de Castilla y León se configuran en una asociación que determina sus obligaciones y también garantiza que sus derechos, intereses y reivindicaciones queden representados. La Asociación de Galerías de Arte Contemporáneo de Castilla y León tendrá como primer presidente a Santiago Martín, quien revalidará el cargo un año después. Desde Salamanca esta elección, además de aplaudida, es considerada un nuevo ejemplo de la capacidad organizativa y directiva del director de Varron. Si bien el recorrido amplio, exitoso, responsable, arriesgado y aún prometedor de Varron sugería muchos más años de ejercicio y ejemplos de compromiso con el arte contemporáneo, el camino de la galería, iniciado el tercer milenio, será más breve de lo que cabría esperar y desear. Varron debe hacer frente a su cierre en 2002 como consecuencia de la enfermedad y fallecimiento de Santiago Martín, alma de una galería que, con su ausencia, deja un vacío difícil de llenar entre aficionados, artistas, críticos y amantes del arte contemporáneo en Salamanca. No obstante, con nostalgia, pero también con afecto, reconocimiento y agradecimiento, queda en la memoria aún fresca la contribución de Varron al enriquecimiento cultural de Salamanca; memoria que seguirá permaneciendo en el recuerdo de la ciudad con iniciativas como la que ahora nos reúne. LAURA MUÑOZ PÉREZ Profesora titular de Historia del Arte Universidad de Salamanca
ARTE, ALGO MÁS QUE BELLEZA Hay una estimación errónea del arte, considerando como buen arte el que tiene como fin el tema y el ensalzamiento de la belleza. Y poniéndose razones humanas a tema tan humano, es como si la mujer más valiosa fuese aquella de esbelto porte. El Cristo de Cimabue tiene poco de esa belleza, las pinturas negras de Goya traspasan esa mirada para emocionar. El tiempo del arte es distinto al de otros acontecimientos de la historia, siempre nace en el futuro y se enraiza en el pasado. Cuando al arte se le quiere quitar su enfermedad sufre, tiene naturaleza humana. No es una estampa de la realidad ni un testimonio, el arte es un camino por la libertad, no a la libertad. Y para esta aventura, en la complejidad social que vivimos, el arte se vale de todos los medios posibles. El arte no anida verdades, sus ciclos siempre permanecen abiertos. SANTIAGO MARTÍN MARTÍN Salamanca, 1999
RUEDA DODECAFÓNICA para andar, si se quiere Verde de prados, azul de olas, y caracolas en los costados. Roja Castilla con amapolas. La sangre a solas es amarilla. Si las violas, la luna muere. Si el hombre quiere, tierra le queda. Esta es la RUEDA ENRIQUE R. PANYAGUA
CATÁLOGO
WILL FABER. Saarova, 1977. Óleo sobre lienzo. 30 x 38 cm.
ENCARNACIÓN HERNÁNDEZ. Sin título, 1977. Escultura. Bronce. 19 x 15 x 35 cm.
CARLOS MENSA. Sin título, 1975. Técnica mixta. 41 x 47 cm.
ANTONIO SUÁREZ. Sin título, 1984. Óleo sobre lienzo. 87 x 75 cm.
GERARDO RUEDA. Sin título, 1986. Collage. 91 x 117 cm.
GERARDO RUEDA. Sin título, 1987. Collage. 60 x 112 cm.
MANUEL RIVERA. La puerta del agua I, 1971. Tela metálica/madera. 81 x 100 cm.
FRANCIS BACON. Sin título. Obra gráfica, XXIII/XXV. 66 x 79,5 cm.
MIGUEL ZAPATA. Sedente, 1991. Resinas/madera. 50 x 50 cm.
JUAN GENOVÉS. Sin título, 1991. Mixta/cartón. 139 x 99 cm.
JOSEP GUINOVART. Sin título, 1980. Técnica mixta. 77 x 64 cm.
JOSEP GUINOVART. Sin título, 1998. Mixta sobre tela. 22 x 27 cm.
JOSEP GUINOVART. Sin título, 1998. Mixta sobre tela. 38 x 41 cm.
RÀFOLS-CASAMADA. Nature morte, 1998. Óleo sobre tela. 38 x 46 cm.
GUSTAVO TORNER. Sin título, 1995. Óleo sobre tela. 38 x 30 cm.
JOAN BROSSA. Jardiner, 1988. Poema objeto/Mixta. H.C. 26 x 26 x 29 cm.
ESTEBAN DE LA FOZ. Sin título. Óleo sobre tela. 52 x 70 cm.
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