por piezas realizadas por Amadeo Gabino, Pablo Serrano, Gustavo Torner, Francisco Sempere y Gerardo Rueda. Junto a la variedad creativa y técnica de la muestra, se valora de ella la libertad mostrada por sus autores en cuanto a temas, formas y procesos, además del recorrido internacional que garantizan sus variopintas trayectorias. Este muestrario de personalidades escultóricas diferentes lo es además de estilos, expresividades y sensaciones, lo cual avala el éxito del resultado también por incluir la posibilidad de que el espectador se convierta en coleccionista, adquiriendo alguna de las piezas seriadas y de pequeña escala; posibilidad poco trabajada en Salamanca hasta aquel momento. En consonancia con las sensaciones generadas por esta exposición, es interesante hacer mención a la que, en 1980, allega a Salamanca a Pablo Serrano (Crevillén, Teruel, 1908-Madrid, 1985), en este caso junto a su compañero Joaquín Rubio Camín (Gijón, 1929-2007). Ambos coinciden en su recurrencia al bronce como material de trabajo, si bien mientras Serrano avanza en una senda de profundidad psicológica y patetismo expresivo, Rubio Camín cultiva un mayor clasicismo, consiguiendo ambos un equilibrio que los complementa y armoniza. Como se ha avanzado, el escultor aragonés ahonda en un arte angustiado y angustioso, emotivo e íntimo, a través de múltiples o pequeñas piezas de la serie El Prado. Busca en ellas humanizar los retratos ejecutados por Goya, Ticiano o Velázquez hasta convertirlas en abstracción mental, no sin renunciar al apasionamiento y la vulnerabilidad, que quedan al descubierto. Por su parte, el creador asturiano recurre al academicismo de la figura femenina, revisitando motivos mitológicos o simbólicos con tintes intimistas y bellos. En su homenaje al cuerpo de la mujer perviven ideas de suavidad, equilibrio, pureza o armonía que nada tienen que ver con los recorridos de Serrano. Este autor regresa individualmente a Salamanca en 1981 con una exposición que establece vínculos sentimentales con la ciudad, al recopilar bocetos, apuntes, bosquejos y planificaciones preparatorias del monumento que a Miguel de Unamuno dedicaron Salamanca y el artista en la década de los 60. El proceso seguido por el autor para la materialización de esta escultura queda reunido en una exhibición que, por ese contenido emocional comentado, viene acompañado de un catálogo de edición limitada.
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