1982 es, en Varron, el año de Lucio Muñoz (Madrid, 1929-1998). El trabajo informalista del artista queda representado en la galería a través de pinturas, dibujos y aguafuertes en los cuales es posible captar y estudiar su siempre interesante empleo de la materia pictórica, no solo en lo que a texturas se refiere, sino también en sus coloraciones. En efecto, el cromatismo intenso de Muñoz se ha transmutado, al ser aplicado sobre madera, en tonalidades suaves y claras y, por consiguiente, en trabajos líricos. Esta novedad se añade a ciertas innovaciones técnicas visibles en la exhibición, entre las que se incluye la incorporación a las obras de pintura raspada y quemada o de polvo de mármol, serrín y betún. Con todo, Muñoz materializa sustanciosos avances pictóricos que afectan a lo expresivo, pues contribuyen a forjar un mensaje más profundo y misterioso, más existencial y simbólico. Tras el paso de Antonio Suárez y Manuel Rivera por Varron, la representación del grupo El Paso se completa en la sala en 1983 de la mano de Manuel Millares (Las Palmas de Gran Canaria, 1926-Madrid, 1972). Son un conjunto de grabados del fallecido artista los que presentan al autor en Salamanca, en su primera muestra individual. En ellos se evidencia un alto grado de protesta social por parte de un creador que observa la pérdida progresiva de la capacidad de los seres humanos para comunicarse entre sí. El compromiso social de Millares con su país, visible en este sentido, se expresa formalmente a través de un lenguaje sígnico e indescifrable que, con tonalidades oscuras, rehúye la figuración tradicional, pero evidencia connotaciones arqueológicas. Es por ello por lo que espectadores y críticos, máxime en una ciudad como Salamanca, creen advertir un regusto unamuniano en esta deriva de Millares y, por ello, se identifican sin dificultad e identifican el espíritu de la ciudad, con estos grabados. De muy distinto signo es la obra que Amalia Avia (Santa Cruz de la Zarza, Toledo, 1930-Madrid, 2011) allega a Varron también en 1983. Su realismo se exhibe en la galería a través de óleos y de la carpeta de grabados Spleen, acompañada de textos de Francisco Umbral. Unos y otros sirven a Avia para realizar una completa crónica de Madrid, en la que recorre con verosimilitud múltiples escenarios urbanos y reproduce escenas en las que los edificios evocan tiempos pasados que deben esforzarse por convivir con la modernidad y el progreso de las antenas de televisión, los grafitis de los muros y las señales de tráfico. No cabe duda de que la oscilación entre el ayer y el hoy otorga a su obra hondos acentos líricos y nostálgicos no exentos de humor, confirmando que la poesía y el intimismo no implican, necesariamente, tristeza y desazón.
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