ARTE SALMANTINO EN TIEMPOS DE PANDEMIA p á g i n a [ 14 ] algunos nos confesaron, sotto voce y un tanto sonrojados, que el confinamiento y las medidas restrictivas no les habían resultado traumáticas y que apenas habían afectado a su trabajo, no sólo eso sino que incluso gracias a ellas habían incrementado sus horas de dedicación al mismo –sobre todo porque algunos ya llevaban años autoconfinados en su estudio, donde están acostumbrados a pasar largas horas en soledad– mientras que otros, de manera especial aquellos que tuvieron que permanecer la clausura obligada en sus casas, sin poder acercarse a su refugio, a su taller, tuvieron que adaptarse a trabajar en formatos pequeños y muy pronto sufrieron la carestía de materiales –a su alcance apenas tenían papel, acuarelas o un kit básico de pintura, recuperado en ocasiones de algún rincón donde llevaba olvidado unos cuantos años– y esa necesidad, unida a esa nueva situación límite y desconocida que tocaba vivir, les generó una terrible sensación de desconcierto y aturdimiento, de infinita angustia y desasosiego, que Uje Civieta plasmó a la perfección en su “pequeña” obra, nos referimos al tamaño, titulada Resignación. Asimismo hubo alguno que optó por acercarse a la ventana –y la abrió de par en par, y sacó la cabeza y plasmó todo aquello que descubrió– mientras que otros se miraron al espejo, y se vieron en un primer plano (como Mario Criado en La vida es un pez en la mano o Chema Navares en Última barrera de defensa) y se autorretrataron, dejándose ver –en recogida estupefacción, en íntimo desasosiego– a través de una delicada y esencial celosía, como lo hizo Florencio Maíllo, o, como fue el caso de Ángel Luis Iglesias, lanzando un terrorífico y terrible grito de dolor, el que estaba ocasionando aquella/esa/esta aún horrible pesadilla, que
RkJQdWJsaXNoZXIy NTYwMjU1