ARTE SALMANTINO en [tiempos de] pandemia

[ 19 ] p á g i n a ARTE SALMANTINO EN TIEMPOS DE PANDEMIA tad, una escultura de claros ecos o retornos clásicos con la que Elisabeth Martín Maíllo expresa su deseo de volver a sentirse libre, de la misma manera –su grácil y etéreo movimiento así nos lo indica– que el Jabato de Amable Diego. Una ya añorada y deseada libertad, con o sin Máscaras en Azul, si bien es cierto que las caretas y los antifaces de José Antonio Muñoz Bernardo quizás nos permitan descubrir lo real mejor que si estuviera representado fielmente y nos transporten a otros lugares y otros tiempos [sin pandemia] –a los carnavales venecianos, por ejemplo, ¡maravilloso baile de máscaras!–, permitiéndonos así, además, que por unos fugaces instantes nos olvidemos –a todos nos incomodan, no vamos a engañarnos– de esas que hoy nos protegen y tan necesarias son. Nos reciben, y también nos despiden, dos curiosas, y quizás “extrañas”, piezas –hemos estado tentados de recordar aquí la Fuente (1917) de Marcel Duchamp como material expositivo y como obra que pasó a la historia del arte como claro modelo de innovación y creatividad– engendradas en los terribles días de la [maldita] primera ola, La copa de Wuhan (convenientemente desinfectada) en que Luis de Horna convirtió la puerta del frigorífico de su hogar “durante la reclusión obligada por la peste china de 2020”, y La camilla en cuyo tablero Carlos Civieta fue pintando, a través de la ventana, los distintos árboles que iban floreciendo en su jardín. Esa mesa camilla anclada a los sofás, a la habitación, a la morada, pero, sobre todo, a la ventana que se abre, a la vida. La poeta Marta Agudo lo expresa con maestría en su pandémico poema El marco de la ventana. Dice: El marco de la ventana nos determina. / Limitación conjugada y al mismo tiempo / pauta de lo desconocido. / Y el sol

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